Monday, March 31, 2014

Las cinco razones por las que fracasan las dietas (en menos de una semana)

 
Sólo una de cada cinco personas logra acabar una dieta. Bajar de peso se convierte en un objetivo permanente que puede conducirnos durante años de un régimen alimenticio a otro, sin que apenas se llegue a superar la barrera de la primera semana. Como resultado la frustración y la generación de un círculo vicioso que hace de la báscula una montaña rusa, con sus consiguientes efectos poco saludables, tanto para el metabolismo como para el estado anímico.

Las razones que nos llevan al fracaso cuando se intenta adelgazar cambiando de régimen son muchas y la personalidad de cada uno juega un papel fundamental, pero existe una serie de elementos comunes a casi todo el mundo que la nutricionista Cynthia Sass, famosa por haber creado la denominada dieta Cinch, ha identificado con el objetivo de encontrar las estrategias que nos saquen del atolladero. Para la autora de S.A.S.S Ypurself Slim, existen cinco principales obstáculos con los que tropezamos una y otra vez. Partiendo de la experiencia con sus pacientes, Sass ha elaborado unos consejos a modo de guía que nos permitan superar estos escollos.

Cambios en el estado anímico

Las dietas son en ocasiones demasiado estrictas. Los cambios radicales en los hábitos alimenticios provocan generalmente cambios de humor relacionados con la irritabilidad, la fatiga física y la dificultad para concentrarse. Los efectos de la introducción de una dieta sin apenas transición para que el cuerpo se adapte también pueden ser físicos: dolores de cabeza, cansancio o problemas digestivos. Una respuesta del organismo que abre la puerta a las depresiones, más aún cuando se tiene que abandonar la dieta porque el remedio parece peor que la enfermedad y surge inevitablemente el sentimiento de culpabilidad.

Para no caer en esta “trampa”, explica la nutricionista, “hay que escuchar al cuerpo” y saber por uno mismo hasta dÓnde podemos llegar. En la mayoría de ocasiones, añade, es mucho más conveniente aumentar la cantidad de una ración, tomar un poco de fruta o, incluso, comer chocolate cuando sintamos la necesidad física de ello. La clave está en el equilibrio y en ir poco a poco, ya que de lo contrario acabaremos tirando la toalla. Si no atendemos a las necesidades básicas del cuerpo y a las señales que nos envía, solo conseguiremos empeorar nuestra salud física y psíquica. Como dijo Aristóteles, la virtud está en el término medio.

Hambre crónica

Sentir constantemente la sensación de insaciabilidad, o lo que los nutricionistas denominan hambre crónica, es el peor enemigo que una dieta pueda tener. En realidad, explica Sass, se trata de una señal indicativa de que la dieta que se está siguiendo es inadecuada o, al menos, desequilibrada. Además de que será prácticamente imposible seguir un régimen en estas condiciones, es totalmente inútil porque el cuerpo intentará preservar las reservas de energía y apenas se logrará adelgazar.

Para bajar de peso y no morirse de hambre en el intento, lo más recomendable es acompañar la dieta con alimentos saludables que contribuyan a aumentar nuestra sensación de saciedad. 

Por ejemplo, pueden ser una buena solución los alimentos ricos en proteínas, como los huevos, las lentejas o los pescados, así como los cereales, la fibra y el aceite de oliva, según propone la autora en su libro. Si estos productos son frescos, en lugar de congelados o precocinados, la sensación de saciedad será más duradera. Estos son los diez alimentos saludables que más llenan

Antojos

La capacidad para resistirse a las tentaciones alimenticias depende de la personalidad de cada uno, pero aunque se sorteen estos impulsos en un primer momento se corre el riesgo de acabar cayendo en ellos a la larga, y con más ansiedad acumulada. La privación total puede llegar a ser contraproducente y uno de los principales motivos por los que se acaba abandonando una dieta. Esto es porque la ansiedad produce ira y ésta, a su vez, hace que nuestro apetito se desenfrene.

El consejo de Sass se basa en sacarnos de la cabeza la idea del “todo o nada”. No por tener un antojo de vez en cuando estamos arruinando la dieta. Un pensamiento común que puede llevarnos a abandonar, luego a pegarnos un atracón porque ya no hay nada que hacer y, unos días después, volver a iniciar otra dieta. El típico círculo vicioso que nunca nos permitirá adelgazar. Para evitar esta situación es preferible consentirse un pequeño antojo de vez cuando, siempre y cuando se logre racionar.

Compartir un postre cuando se cena fuera es mejor que resistirse y acabar comprando luego una caja de helados para comer en casa. En este caso también es preciso contar con algunos pequeños trucos de autocontención, como dosificar y dividir en pequeñas porciones el chocolate o los dulces que se tienen en casa.

La presión social

Si seguir una dieta es un camino lleno de obstáculos, intentar llevarla a cabo de manera individual cuando las personas que nos rodean sí pueden comer todo lo que quieran es un verdadero suplicio. Mucho más cuando tratan de seducirnos para que comamos ciertos alimentos prohibidos o para que se rebaje el listón de exigencia. Si esto sucede, es muy fácil darse el permiso de comer en exceso y saltarse la dieta.

Nada mejor para mantener los patrones alimenticios impuestos por la dieta que comer solos. Aunque no sea demasiado agradable, peor será que vivamos permanentemente de dieta en dieta, sin conseguir adelgazar ni un kilo. Para ello, lo principal es evitar las comidas de trabajo o los encuentros con los amigos entorno a una mesa y sustituirlos por alternativas menos gastronómicas.

Atracones como respuesta emocional

Beber unas cervezas para celebrar algún acontecimiento feliz, comer chocolate tras un mal día en el trabajo o tomarse un helado cuando sufrimos algún tipo de crisis emocional son algunas reacciones habituales que se producen porque, desde la infancia, nuestro cerebro vincula las respuestas emocionales (positivas o negativas) a la comida. Es lo que se conoce científicamente como el mecanismo cerebral de recompensas. Desde la experiencia de Sass este es uno de los obstáculos más complicados, pues se trata de una conducta muy implantada y casi automática, por lo tanto incontrolable. Tanto es así, que las personas emocionalmente inestables tienen el doble de posibilidades de engordar que el resto, según las conclusiones de un estudio publicado en la revista científica Psychological Science y financiado por el Instituto norteamericano del Envejecimiento.

La emoción puede superponerse sobre la razón y no es fácil esquivar los patrones de comportamiento que nos generan satisfacción ante los desequilibrios emocionales. Sin embargo, a base de entrenamiento y constancia se puede llegar a una cierta autocontención que, al menos, ayude a reducir la frecuencia las comidas emocionales. Retrasar el momento, buscar un entretenimiento alternativo o practicar la relajación para disminuir la intensidad de las emociones son algunos de los consejos que ofrece la nutricionista.